MI PÁJARO

Estoy aquí, absorto, observando el breve recorrido vital que tiene mi pájaro ( el de la jaula, ¿ eh ?, el que come alpiste y canta, vaya, nada de esto los distingue, bueno, el que tiene plumas y pico, ahora sí ). Como decía, inspecciono su ir y venir nervioso, en esos quince centímetros de madera, que son su comedor, su mesa de trabajo, su alameda de paseo, y su cama. No conoce otra cosa, y por tanto, no desea nada más. Pero a mí me entristece verle en esa reducida estancia, como alfa y omega de su existencia, y le pregunto si quiere salir, pero el jodido no dice ni pío. Me mira y se calla. La impotencia me puede y le abro la puerta de su cárcel. Pero no sale, sólo me mira y se calla. Meto la mano para intentar sacarlo y me pica el muy cabrón. Y me mira y se calla. Le educaron en el arte de obedecer y callar y eso hace. Decidí llevarle al psicoanalista ( porque también hay psicoanalistas de pájaros, y de pájaras, pero estos son menos fiables ), en fin, que le diagnostica el síndrome de Estocolmo. Desde entonces, le enseño fotos de la Tour Eiffel, de Les Champs Elysées y le hablo de Voltaire y de la Liberté, Fraternité e Egalité. Le presto mi MP3 y le meto los auriculares por los barrotes, llenándole la jaula de Moustaki y Jacques Brel. Y, todo esto, lo hago en la cocina, porque decidí instalarle allí, por ver si los aromas culinarios le acababan abriendo las entendederas y salía de aquellos barrotes de dogmas, tradiciones y medias verdades. Después de siete meses de intensos soliloquios, una mañana, mientras coloreaba de cola-cao la blancura de mi vaso de leche, me llamó. Me dijo : - Pío. Le abrí la puerta, y voló. Desde entonces, mi pájaro, bendito sea, no ha dejado de votar a la izquierda , sin acrósticos que delimiten su libertad, pero siempre a la izquierda. Pío.